El arte de NO Juzgar!
Cuán difícil es entender que cada quien tiene un universo por colorear y dibujar en su cabeza y los pinceles y colores que utilice son tan únicos como sus sueños, sus pasiones y sus deseos. ¿Porqué pretender vivir en un mundo en el que todos pensamos y actuamos igual?
Fácil es quejarse del otro, criticar y señalar sin piedad, alguna veces sin fundamento y muy a la ligera. Difícil es hacer la tarea de ponernos en los zapatos del otro, aceptarlos, sin más ni más, sin muchos peros, solo porque sí, tal vez porque algunas de nuestras acciones están condicionadas por factores que no podemos controlar, que van más allá de nuestra conciencia, por el simple hecho de que somos parte de una familia distinta, porque el universo decidió que naciéramos en luna llena o menguante, en verano o invierno, dentro de un hogar establecido, o de una madre que apenas empezaba a enfrentarse al mundo con sueños, planes y múltiples errores por cometer. Un abanico de factores son los que influyen en nuestras decisiones y por ende en nuestro actuar, sin mencionar las creencias mentales con las cuales fuimos criados, y ni hablar de los factores genéticos.
Criticamos a la esposa sin saber aun lo que es un matrimonio, o criticamos a la mamá sin tener aún hijos, y aunque son críticas sin ningún tipo de fundamento, existen aquellas en las cuáles nos sentimos con toda la facultad de hacerlo, pero son igual de graves y pecaminosas, criticamos al que reprende a sus hijos, pero la ausencia es tan grave como la agresión. Criticamos al que es severo y cruel con los demás, y, ¿qué tan severos y crueles somos con nosotros mismos? Criticamos al que va la iglesia y habla de Dios, y, ¿qué hacemos nosotros por edificar una vida espiritual? Sean críticas con o sin fundamento, reales o basadas en supuestos, ¿Quiénes somos nosotros para juzgar?, si el solo hecho de llevar el título de humanos nos hace tan imperfectos como nuestra propia mundanidad. Lo cierto es que cada vez que juzgamos con severidad, dicha acción habla de esa fruta podrida que llevamos dentro… Habla de nuestras carencias, debilidades, miedos y complejos.
Si fuéramos un poco más conscientes del daño que hacemos no solo a los demás si no a nosotros mismos cada vez que juzgamos, evitaríamos hacerlo, ya que da lugar a una sentencia o condena que nos hacemos de vivir una situación similar y cometer el mismo error o incluso peor. Lo podemos leer en el maravilloso texto bíblico de Romanos 2:1 “Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas”
Es hora de que nuestra mente evolucione a una forma más amplia de pensar. Es momento de vivir sintiendo compasión por el otro, juzgando menos y comprendiendo más. Es nuestro deber y hace parte de nuestra responsabilidad con el fin de contribuir con una sociedad mejor, aunque suene poético. Porque sean justificables o no las críticas que hacemos a nuestros gobernantes, líderes y/o educadores, ¿Qué estámos haciendo nosotros, para construir una sociedad mejor? ¿Qué tanto respetamos las normas de convivencia? Ningún cambio será sostenible si no empezamos a cambiar nosotros primero, empezando por no Juzgar sería un buen inicio.
Los juicios son un veneno para la humanidad. Nos da miedo actuar por temor a sentirnos señalados y entonces fácilmente nos volvemos los peores jueces de todos, cuando damos lugar a juzgarnos a nosotros mismos. Eso se convierte en un reto mayor: aceptarnos y vivir sin que el miedo nos paralice, sin que nos bloquee a decir lo que pensamos o actuar según nuestra esencia y criterio.
El arte de no juzgar, es un arte porque es una forma de darle creatividad a nuestra alma y abrirle las puertas a la compasión y a la aceptación. Es un cambio rotundo en nuestra forma de andar el camino de la vida pero también de mirar al otro sin ese dedo índice levantado y apuntado al error y resaltando lo negativo. Si bien escrito está “No juzguen y no serán juzgados”.
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